¡No te alejes de los dominios!

domingo, 24 de julio de 2016

La Era de los Místicos:
"Crónicas de los Dominios" prólogo 3

Sí, como lo leen: ya ha llegado el momento de revelar el 3er prólogo de Mestizo, lo nuevo de Adriana González Márquez, ¡así que a disfrutar cada línea! Que por acá, ya soy team #Lorbely ♥

***


LAS COSAS QUE IMPORTAN


Belyan

            No pude dormir ni un solo segundo de toda la maldita noche, a pesar de que lo intenté una y otra vez, dando vueltas en la cama, levantándome, tomándome otro trago, regresando al lecho y comenzando el proceso una vez más.
            Y todo el tiempo sin poder sacarme de la cabeza a Lórimer y a ese beso.
            Todavía no lo podía creer.
            Mi mejor amigo siempre había estado ahí para mí. Siempre. Y no le había mentido cuando le dije que lo consideraba más que un amigo, más que familia, porque ni siquiera pensaba en él como un hermano, sino como algo… más.
            Pero ese “más” jamás había significado algo romántico o sexual…
            Hasta esa noche.
            A mí siempre me habían gustado las mujeres. Bueno, en realidad siempre me había gustado una mujer: Vereny. Me había enamorado de ella incluso antes de saber lo que enamorarse significaba, desde que nos conocimos durante la pubertad. Nuestra relación pasó de la amistad al romance de forma gradual y orgánica, y desde que la perdí, no ha habido nadie tan importante en mi vida como ella.
            Sólo Lórimer.
            Aquel pensamiento fue el que me paralizó, dándome cuenta hasta ese instante que mi mejor amigo ocupaba un lugar en mi existencia que ni Vereny ni nadie más había tocado siquiera. Era algo totalmente diferente, pero no por ello mejor o peor. Tan sólo distinto. Nuevo.
            Seguí yendo de la recámara a la sala, de la sala a la cocina y de la cocina de vuelta a la recámara otra vez, todo el tiempo sin poder apagar a mi cerebro, sin poder dejar de darle vueltas a lo mismo y sin saber a qué conclusión llegar.
            Durante muchísimos años he sabido que Lórimer es gay, sin que aquello afecte en lo más mínimo la forma en que lo veo o en que lo trato, jamás teniendo peso en nuestra amistad. Creo que lo único que me preocupaba era verlo siempre solo, puesto que la homosexualidad no está bien vista entre paladines, cerrajeros y adalides, con eso de la necesidad de procreación, por lo que mi mejor amigo había tenido que guardar el secreto durante toda su vida.
            Y volvemos a lo mismo: siempre solo.
            Y es exactamente por ello que no me lograba explicar mi propia reacción durante nuestra charla, cuando me había confesado sin querer que se sentía atraído por alguien. Me llené de rabia y angustia, pero no porque no me lo hubiera contado antes, como había intentado hacérselo creer, sino porque lo primero que había gritado mi espíritu dentro de mí fue: “Pero si tú eres mío”.
            ¿De dónde había provenido aquello? Ni idea, pero así había sido. Y cuando me besó no sentí ni aversión, ni culpabilidad, ni ninguna de las otras emociones que me invadían día con día desde haber recobrado mi alma. No, nada de eso.
            Lo primero que experimenté fue sorpresa, no lo puedo negar, ya que Lórimer me había tomado desprevenido toda la noche, tanto con su llegada a mi hogar, como con sus palabras y luego con sus acciones.
            Pero después de eso, por primera vez en décadas, lo que me sentí fue completo, como si por fin, por fin, todo embonara en mi vida a la perfección, incluidos Lórimer y yo.
            Sus labios, su cuerpo, sus alientos, todo alineado con exactitud a los míos, haciéndome olvidar tristezas y remordimientos y culpas ante la potencia del deseo que de golpe sentí por él.
            Y creo que fue exactamente eso lo que más me asustó; no el grado de mi deseo por él, no, sino que Lórimer había sido capaz de hacer lo que nada ni nadie había logrado antes: que me olvidara en lo absoluto de mi pasado y me concentrara en el sublime presente que estaba viviendo, aguardando expectante por el futuro que estaba por llegar.
            Pero yo había sido un desalmado; no se suponía que tuviera un futuro y mucho menos uno bueno, por lo que de un empujón lo alejé de mí y terminé por arruinar el momento, y tal vez también nuestra relación, así como me había encargado de arruinar todas las demás cosas buenas que había tenido en mi vida.
            Su “lo lamento” aún resonaba en mi memoria junto con el resto de lo sucedido, aun preguntándome qué era lo que lamentaba si había sido yo quien echó a perder el instante, pero seguía sin saber la respuesta, puesto que se había marchado antes de que yo lograra encontrar mi voz.
            Y siendo totalmente honesto, no tuve el valor suficiente como para seguirlo, pues fue segundos después de que la puerta se cerrara que el pánico comenzó a invadirme.
            Pánico por lo que había sucedido.
            Pánico por mi reacción.
            Pánico ante la simple idea de perder a la persona más importante e indispensable en mi vida.
            Faltaban unos minutos para el amanecer cuando finalmente me di por vencido, dejándome caer en el sillón de la sala, con la mirada fija en la daga sobre la chimenea.
            Al parecer mi subconsciente había intentado decirme algo desde hacía años, ¿de qué otra manera podía explicar que aquella arma fuera la única decoración de mi hogar? Y no sólo porque era definitivamente hermosa, sino porque se trataba de mi posesión más preciada desde el cumpleaños en que Lórimer me la había regalado. Para ser un paladín que se jactaba de no darle peso a lo material, aquella daga se trataba de un objeto demasiado importante para mí.
            La puerta de la casa se abrió de golpe en aquel momento, extrayéndome de mis pensamientos al instante en que con rapidez me ponía de pie.
            Lórimer y yo nos observamos en completo silencio durante varios segundos, cada uno paralizado ante la presencia del otro. Lo que no se encontraba inmóvil en lo absoluto era mi corazón, que latía con increíble velocidad en mi pecho.
            -Lórimer, yo…
            -No hay tiempo –me interrumpió abruptamente, algo que él jamás hacía.
            -Pero…
            -¡No! Escúchame, que esto es importante.
            -¿Y lo que pasó anoche no lo es? –le grité exasperado, viéndolo cerrar los ojos por un momento con su rostro lleno de angustia.
            -Es necesario que vayas al Territorio del Primero. Ahora mismo –fue lo que me respondió una vez que despegó los párpados.
            -¿Qué? –articulé con confusión –Si tú quieres huir de esto, adelante. Pero yo no voy a…
            -¡Por todo lo que es sagrado, Belyan! ¡No se trata de eso! –me interrumpió otra vez.
            ¿Qué carajos estaba sucediendo?
            -Es necesario que vayas a ver a Erick, porque todos estamos siendo monitoreados, pero nadie sospechará si eres tú quien va, pues simplemente puedes decir que estás visitando a tu familia.
            -¿Monitoreados? ¿Sospechar? ¿De qué estás hablando, Lórimer? ¿Qué está pasando?
            Lo vi inhalar profundamente para luego avanzar hacia mí, deshaciéndose de la distancia que nos había separado.

            -Se trata de Matheo…

domingo, 26 de junio de 2016

La Era de los Místicos:
"Crónicas de los Dominios" Prólogo 2

Siguiendo con los obsequios mensuales que Adriana González nos prometió, a continuación va el segundo prólogo que corre a cargo del bellísimo de Lórimer. Sentimos que haya llegado hasta este día, pero tuvimos algunos problemas técnicos :P ¡Disfrútenlo tanto como yo!

***

EL PEOR ERROR

Lórimer

            Despertar fue una hazaña desastrosa, puesto que al instante en que la realidad fue abriéndose paso a través de mi subconsciente, mi cerebro fue inmediatamente invadido por imágenes de la noche anterior, y lo que lo sucedido significaba: acababa de perder a mi mejor amigo.
            Y absolutamente había sido culpa mía.
            La vida de Belyan podía calificarse de todo menos sencilla, especialmente en el último medio siglo.
            Primero, la muerte de su abuelo el día de su conversión a paladín. Después, su captura a manos de Arématis. La tortura de sus padres y de él mismo. Su transformación a desalmado y los actos atroces que cometió bajo el yugo de nuestro enemigo. El regreso de su espíritu y la inescapable culpabilidad que llegó con él. Y finalmente la muerte de Vereny durante la batalla de Karnath y la consecuente depresión que lo hundió por años a causa de ello.
            Quien lo conociera antes de todo lo acontecido, se podía dar cuenta con facilidad que Belyan ya no era el mismo, y yo me encontraba dentro de ese grupo de personas.
            Belyan me había ayudado enormemente tras la pérdida de mi familia, con su eterno buen humor, con sus sonrisas constantes, con sus palabras de aliento, con su simple presencia, casi siempre alegre y desinhibida. Nos habíamos convertido en mejores amigos en aquella época, hasta que lo perdimos a manos de Arématis.
            Pero ese Belyan ya no existía, y ahora me tocaba a mí estar ahí para él.
            La mayor parte del primer lustro después de la muerte de Vereny, a pesar de entrenar juntos a los nuevos aspirantes y ser compañeros de cuarto en la reconstruida fortaleza de la Jungla de Morarye, Belyan y yo apenas si nos dirigíamos la palabra. Pero nuestros silencios eran cómodos, casi reconfortantes, y algo en mi interior me decía que a mi mejor amigo no le hacían falta charlas inconsecuentes, que el estar a su lado (así como él había estado conmigo) era suficiente por el momento.
            Poco a poco Belyan se fue reincorporando a la vida normal, saliendo muy lentamente del letargo de su propia existencia, sintiéndose de utilidad al ayudar a volver a recrear una sociedad que él había ayudado a destruir durante su tiempo como desalmado.
            Pasados esos cinco años, comenzó a hablar más, a hacer sugerencias acerca de los entrenamientos o misiones que llevábamos a cabo, y juntos decidimos expandir nuestros conocimientos en la creación y dominio de portales, por lo que al final de esa primer década, nos mudamos a Jemsby, que es la villa donde mi gemela y su compañero de vida habitan, para así aprender bajo la tutela de Bradd.
            Fue en el transcurso de esos siguientes diez años que Belyan comenzó a sonreír otra vez, y aunque sus expresiones de alegría no eran constantes y sólo unas cuantas veces alcanzaban sus ojos, fue un paso hacia adelante en su recuperación, un paso hacia adelante en el camino de regreso a sí mismo.
            Y entonces nació su sobrino, hijo de Erick y de Vanessa. Dorian se convirtió en el bálsamo perfecto para la dañada alma de mi mejor amigo, volviéndose un ancla que parecía mantenerlo firme en esta vida… en nuestras vidas… en la mía.
            Fue la primera ocasión en que Belyan sostuvo al bebé en sus brazos que lo escuché reír por primera vez en casi dos décadas.
            Y fue esa misma risa la causa de que mi espíritu se transformara de manera irreversible. Fue esa risa la causa de que mi mundo se detuviera, de que mi mente hiciera implosión, de que mi corazón se destrozara en medio segundo.
            Fue esa risa la causa de que me enamorara de mi mejor amigo…
            Se me escapó un suspiro ante los recuerdos, pasándome una mano por el rostro en un intento por deshacerme de los rastros de sueño que aún controlaban parte de mi cerebro, permitiéndole viajar por rumbos que no me interesaba visitar. A pesar de haber logrado dormir por un par de horas, aún me sentía agotado, sin poder dejar de pensar en mi situación actual y en cómo había llegado a ella.
            Ser homosexual en los Dominios no es algo reprobable en lo absoluto. Al ser una sociedad mayormente espiritual, nos guiamos con la idea de que las almas se sienten atraídas unas a otras, sin importar el sexo de la persona, así que nadie juzga o reprimenda si un hombre se enamora de otro hombre, o una mujer de otra mujer… a menos de que seas paladín, cerrajero o, ahora, adalid.
            La gente con mayor carga espiritual es la minoría en los Dominios. No somos muchos, pero sí enormemente necesitados; y el mundo es muy grande, por lo que la Congregación no se da abasto con los números con los que cuenta, así que se nos inculca desde un principio que encontremos pareja entre nuestras mismas filas, tanto por la longevidad de nuestras vidas como por la necesidad de reproducirnos, de crear seres humanos con capacidades espirituales lo suficientemente fuertes para convertirse en las nuevas generaciones de adalides.
            Así que ese es el primer problema: ser adalid y homosexual no es una combinación que me ayude en lo absoluto. Es por esto mismo que lo he mantenido en secreto durante toda mi existencia, habiéndoselo confesado sólo a mi círculo de mayor confianza: Lylibeth, Erick, Matheo y Belyan, y tiempo después, Vanessa y Bradd.
            Lo cual nos lleva al segundo problema: Belyan y la manera en que aniquilé nuestra amistad de años en sólo minutos la noche anterior.
            De vez en cuando, digamos que una o dos veces al semestre, los recuerdos, la nostalgia y la culpabilidad atacan a Belyan de golpe, generalmente después de alguna misión más violenta que otras o en noches donde las pesadillas son más fuertes que su voluntad. Cada vez que eso sucede, escucho un leve toquido en la puerta de mi búngalo (situado a media cuadra de distancia del suyo) y cuando abro, ahí se encuentra mi mejor amigo, con una mirada de disculpa en sus ojos y una botella de licor en su mano.
            Sólo que esta vez fue diferente: esta vez fui yo quien se sentía inquieto, yo quien no lograba conciliar el sueño, yo quien tomó la botella y tocó a la puerta de su hogar.
            -¿Lórimer? ¿Te encuentras bien? –me preguntó con obvio desconcierto en sus rasgos, los cuales aún estaban inundados por los rastros del sueño.
            Sonreí apenado, no entendiendo por completo qué demonios estaba haciendo, pero totalmente consciente de que había valido la pena salir de mi casa a esas horas, por el simple premio de ver en su rostro esa suavidad que sólo está presente en Belyan cuando su mente aún no le ha recordado a su cuerpo que debe de estar siempre triste y serio.
            -Perdón. No podía dormir, pero… -meneé la cabeza al sentir como el remordimiento me embargaba –te dejo volver a la cama. Nos vemos mañana y…
            -No, no –me interrumpió haciéndose a un lado, en clara invitación a entrar-. Pasa. Nos tomamos un trago y tal vez eso te ayude a relajarte para conciliar el sueño.
            -Gracias –murmuré quedamente al avanzar hasta la sala; él me siguió momentos después con dos vasos en sus manos, colocándolos en la mesita de centro para luego tomar asiento junto a mí, en el único sillón del lugar.
            Quien le echara un vistazo a este sitio, jamás podría creer que Belyan llevaba viviendo en él por varios años, ante la ausencia de muebles o decoración. Sólo había lo esencial, y el único toque personal que adornaba el pequeño búngalo era una antigua daga adornada con rubíes que se encontraba montada sobre la chimenea, y que yo le había regalado a mi amigo hacía ya varios cumpleaños.
            Lo que Belyan no sabía era que el arma había pertenecido a mi bisabuela (una renombrada paladín de siglos atrás) y que Lylibeth me había hecho un enorme escándalo cuando se la obsequié. No me importó. Mi amigo había sonreído genuinamente al recibirla, lo cual había sido suficiente para mí.
            Cómo es que no me di cuenta antes que llevaba años enamorado de él, es algo que jamás lograré explicarme.
            La negación es una fuerza muy poderosa, no cabe duda, y al igual que en aquella ocasión, en este momento me aferraba a ella con ímpetu, viendo como Belyan servía nuestras bebidas para luego entregarme uno de los vasos, ahora lleno hasta la mitad.
            -¿Y entonces? ¿Qué es lo que te mantiene despierto esta noche?
            , respondió mi mente de forma automática, por lo que le di un trago al licor antes de contestar, buscando la excusa perfecta entre una serie de mentiras que desfilaban en mi cerebro.
            Pero de mi boca salieron las últimas palabras que me hubiera imaginado pronunciar:
            -¿Por qué no sanaste esa herida antes de que se transformara en cicatriz?
            Ambos sabíamos a qué me refería: la delgada línea blanquecina que viajaba desde su ceja hasta la comisura de sus labios, destacando pálidamente en aquel perfecto rostro.
            Vi que Belyan se tensaba ante la cuestión, por lo que en instantes me arrepentí de haberla exteriorizado.
            -Lo lamento. Olvida que pregunté.
            -No, no te preocupes –murmuró con el vaso sobre sus labios, dándole un trago a la bebida antes de proseguir –Es sólo que me tomaste por sorpresa. Nunca creí que mi cicatriz fuera la razón de tu insomnio –su tono se había tornado ligeramente burlón, por lo que me forzó a sonreír con algo de nerviosismo.
            Si tan sólo supieras…
            -No es eso… es sólo que siempre me lo he preguntado, pero no es mi lugar el saber.
            -¿No es tu lugar? –no me explicaba el por qué, pero Belyan sonaba ofendido -¿No es tu lugar? ¡Has sido más que un amigo por décadas, Lórimer! ¡Más que familia! ¿Y dices que no es tu lugar? Nunca creí que me tuvieras en tan baja estima. Siempre pensé que lo tuyo era discreción, no indiferencia. Al parecer estaba equivocado.
            Se puso de pie de golpe, por lo que lo imité y lo detuve del brazo antes de que se alejara.
            -Yo no me refería a eso. Tienes razón. Siempre fue discreción. Jamás, jamás indiferencia –presioné mis dedos alrededor de su bíceps –Jamás indiferencia, Belyan… es sólo que siempre juzgué impertinente preguntar.
            Me dedicó una minúscula sonrisa, al parecer apaciguado con mi explicación.
            -Me fascina cómo hablas. Tanta propiedad en un hombre como tú –exclamó soltándose de mi agarre y tomando asiento una vez más, terminándose el líquido de su vaso en lo que yo me reacomodaba a su lado.
            -Por Erick –murmuró sirviendo de nuevo y aguardando a que yo me bebiera el resto en mi vaso para servirme a mí también.
            -¿Por Erick? –inquirí después de un trago más; él asintió.
            -¿Has visto las cicatrices que mi hermano tiene en la ceja?
            -Si.
            -Sufrió esa herida la noche de mi desaparición; y permitió que cicatrizaran en lugar de sanarlas para recordarme a mí, y a todo lo que había perdido… La mía es un recordatorio de todo el daño que yo le hice siendo un desalmado.
            -No eras tú, Belyan.
            Se encogió de hombros durante otro trago.
            -Podemos volver a debatir este tema, Lórimer –murmuró segundos después, y tenía razón: habíamos hablado de ello infinidad de veces, yo afirmando que no debía cargar con el peso de sus acciones durante su época de desalmado, y él repitiendo una y otra vez que a pesar de la ausencia de su espíritu, seguía siendo responsable de sus actos; ninguno de los dos jamás había logrado convencer al otro-. O podemos hablar de algo menos deprimente –finalizó.
            Estuve de acuerdo.
            -Bien. En tal caso explícame eso de “tanta propiedad en un hombre como tú”. Uno, ¿qué tiene de malo ser propio? Y dos, ¿a qué te refieres con un hombre como yo?
            Me dedicó una sonrisa casi salvaje, casi perfecta. En ocasiones, cuando me sonreía así, me daba miedo, casi como si lograra ver al desalmado que alguna vez fue.
            -Una –dijo alzando un dedo –no tiene nada de malo tu forma de hablar; si recuerdas bien, dije que me fascina. Y dos –alzó otro dedo al tiempo en que volvía a terminarse el contenido de su vaso -¿Me vas a decir que no sabes cómo luces?
            Solté una risotada.
            -¿Y cómo luzco?
            -¡Por todo lo que es sagrado, Lórimer! No te hagas el inocente. El cabello largo, la mirada intensa, esa aura de peligro que te encanta proyectar. Eres un imán para las mujeres.
            -Soy un total desperdicio, entonces, ya que no me gustan las mujeres –murmuré contra el vaso, dándole un último trago a la bebida para luego dejar el traste vacío sobre la mesita.
            -No necesariamente. He visto cómo te miran muchos hombres también.
            -No el que yo quiero que me mire –creo que fue el licor el que me aflojó la lengua; no existe ninguna otra manera de explicar por qué pronuncié aquella frase, que a pesar de haber sido dicha en tono muy bajo, atrajo la completa atención de Belyan.
            -¿Estás interesado en alguien? –me preguntó soltando su vaso con fuerza sobre la mesita y provocando que el líquido salpicara toda la superficie.
            -No, no. Era sólo una expresión.
            -¿Sólo una expresión? ¿Cuál expresión? No puede ser una expresión si no se usa comúnmente.
            -No, es sólo que… -¡Por todo lo que es sagrado! ¿Me estaba sonrojando? Lograba sentir el calor subiendo por mis mejillas. Esto no podía estar sucediendo-. Olvídalo ¿quieres? Me tengo que ir.
            Me puse de pie con rapidez, pero Belyan también, obstruyéndome el camino hacia la puerta y mirándome con el ceño arrugado.
            -No. De aquí no te vas hasta que me digas de quién hablabas.
            -De nadie. De verdad. Yo sólo…
            -Lórimer, eres mi mejor amigo –me interrumpió –No puedo creer que me hayas ocultado esto a mí… Y que me estés mintiendo descaradamente en este momento.
            -Belyan…
            -¡No! Me vas a decir de quién hablabas. Tienes décadas solo ¿y ahora me sales con esto?
            -¡Tú también llevas décadas sin pareja! ¡No tienes derecho a reclamarme nada! –exploté al fin; él me imitó.
            -¡Mi situación es diferente! ¡Mis razones son diferentes!
            -¡Por supuesto que no! ¡Ambos amamos a quien jamás podremos tener!
            -¿De qué carajos estás hablando? ¿A quién se supone que amamos y no podemos tener?
            -¡Tú a Vereny! ¡Y yo… -me detuve de golpe sin poder despegar mis ojos de los de él.
            -¡Vamos, Lórimer! ¡Termina! –me gritó con furia, justo al rostro -¡Yo a Vereny! ¿Y tú?
            Y fue ese instante en que cometí el peor error de mi vida: tomé su rostro entre mis manos y lo besé.
            Sentí como si cada paso de mi existencia lo hubiera dado con el único fin de llegar aquí, a este lugar, a este momento, a los labios de aquel hombre fuertemente presionados contra los míos. Y lo magnífico estaba aún por llegar, ya que después de la sorpresa inicial, pude darme cuenta del instante exacto en que Belyan me devolvió el beso, cerrando sus manos sobre mis caderas para de un tirón atraerme todavía más hacia él, ladeando la cabeza y abriendo su boca para permitir la intromisión de mi lengua.
            Me perdí en el momento, en el éxtasis, en la sensación de su cuerpo contra el mío, embonando a la perfección gracias a la igualdad en nuestras alturas, arreciando las caricias gracias a la igualdad en nuestras fuerzas, siendo consumidos ante la similitud de nuestro deseo.
            Mis brazos ya se encontraban en su espalda; sus manos cerradas en puños entre mi cabello; labios, lenguas y dientes atrapados en una batalla que al parecer ambos anhelábamos perder.
            Fue el momento en que se me escapó el primer gemido que Belyan reaccionó, dándome un aventón hacia atrás al mismo tiempo en que se alejaba de mí. Ambos nos dedicamos una última mirada antes de que el peso completo de lo que acababa de hacer cayera sobre mí.
            Unos cuantos tragos y un instante de debilidad habían sido suficientes para aniquilar una amistad.
            -Perdóname –fue lo único que logré decir antes de salir corriendo del hogar de Belyan.
            Y probablemente de su vida.
            Y aquí me encontraba ahora, recostado en mi cama a la espera del amanecer, sofocándome ante el peso del arrepentimiento mezclado con amor y con la lujuria que había nacido anoche a causa de un solo beso.
            Entonces fue que alguien tocó a mi puerta. Me puse de pie de un salto y corrí hasta la entrada, obviamente ilusionado de que se tratara de Belyan, pero mis esperanzas fueron en vano, ya que era mi gemela la que se encontraba en el umbral.
            -¿Qué sucede? –inquirí alarmado, puesto que era demasiado temprano como para una visita social de Lylibeth; aparte de que su semblante no prometía nada bueno.
            Por un momento incluso me pregunté si tal vez había hablado con Belyan y venía a reclamarme mi estupidez. Pero sabía bien que mi amigo no era así, por lo que descarté aquella teoría casi al mismo instante de haberla pensado.
            -Vístete, que esto es grave –articuló ingresando a mi hogar de forma escurridiza, como si temiera que alguien descubriera su presencia ahí.
            -¿De qué hablas? ¿Qué está sucediendo? –pregunté siguiéndola, pero ella no respondió sino hasta que entramos a mi pequeña recámara.

            -Se trata de Matheo…

martes, 24 de mayo de 2016

La Era de los Místicos:
''Crónicas de los Dominios" Prólogo 1

Y he aquí el regalo que nos dejó Adriana para este día, 
que por cierto, ¡feliz cumpleaños!:


ANTES DEL AMANECER
  
Braddgo

            La relajación del sueño, la calidez de la cama y la perfección de mi compañera de vida durmiendo a mi lado fueron interrumpidas por unos incesantes toquidos en la puerta de nuestro hogar.
            Desperté con un sobresalto ante el aporreador sonido, y como Lylibeth se encontraba acomodada con su cabeza sobre mi pecho, automáticamente la desperté yo a ella también.
            -Ignóralos. Quien sea, aprenderá a no venir a molestar antes de la salida del sol –la sentí murmurar contra mi piel, obligándome a sonreír a pesar de la preocupación que comenzaba a invadir a mi adormilado cerebro.
            La gente no suele hacer visitas de madrugada a menos de que se trate de algún tipo de emergencia. Y los toquidos continuaban.
            -Podría ser importante.
            -Dormir es importante –fue la respuesta de Lyli–. Y más aún después de desvelarse de la manera en que tú y yo nos desvelamos anoche.
            Los recuerdos de la velada anterior atrajeron una nueva sonrisa a mis labios, por lo que de inmediato giré mi cuerpo hasta que Lylibeth quedó recostada bocarriba conmigo sobre ella.
            Lyli se había encontrado lejos de casa por una semana a causa de una misión, y antes de eso yo había estado en la Región de Novatinus por cinco días, juzgando a una serie de paladines antes de sus últimas pruebas para graduarse como Adalides, por lo que mi compañera de vida y yo habíamos pasado más de diez días sin vernos.
            Basta decir que nuestra reunión fue bastante intensa y aquella intensidad nos duró varias horas.
            -Ya que estamos despiertos los dos –dije contra sus labios, acallando sus carcajadas con un beso que en segundos se tornó profundo e impaciente, pero que instantes después fue cortado de tajo ante el regreso de los sonoros e insistentes toquidos.
            -¡Por todo lo que es sagrado! ¡Quien esté allá afuera va a despertar a toda la maldita aldea! –vociferó mi compañera de vida; yo no tuve el corazón de decirle que sus gritos probablemente también se estaban encargando de despertar a los habitantes de Jemsby, o cuando menos a nuestros vecinos.
            Le di un último y apresurado beso para finalmente salir del lecho.
            -Tiene que ser una emergencia –dije poniéndome los pantalones de cuero-. Será mejor que vaya a ver quién es… ¡No, no te levantes! –exclamé al darme cuenta de que Lylibeth también se ponía de pie.
            -No te preocupes. Como dijiste, probablemente sea una emergencia. Y lo primero que se necesita durante una emergencia es café.
            Le sonreí al terminar de ponerme la camisa, viéndola enredarse en una enorme bata rosa que a ella le encantaba y que yo creía que era la prenda más ridícula de los Dominios, pero que la hacía lucir por demás adorable.
            -Te amo. ¿Ya te lo había dicho hoy?
            Fue su turno de sonreír, avanzando hacia mí para tomar mi rostro entre sus delicadas manos.
            -Esa es la forma correcta de iniciar cualquier día –murmuró uniendo sus labios con los míos, pero de nuevo nuestro beso fue interrumpido por más toquidos, sonando cada vez más y más impacientes.
            -¡Agh! Tú, puerta. Yo, café –me dijo mientras que ambos nos movilizábamos. Me encontraba a dos pasos de la entrada y Lylibeth en el umbral de la cocina cuando me llamó-. ¿Bradd?
            -¿Si?
            -Yo también te amo –entonces la perdí de vista, pero no por eso dejé de sonreír.
            Llevábamos casi tres décadas juntos y a Lyli aún le costaba trabajo pronunciar aquellas palabras; pero a mí jamás me había importado, son sólo eso, palabras, cuando ella me demuestra que me ama cada día con sus actos.
            Los toquidos me sacaron de mis pensamientos otra vez.
            -¡Ya oí! ¡Ya voy! –grité justo antes de abrir, encontrándome con el rostro serio de mi hermano mayor, de pie muy erguido frente a mí-. ¿Qué sucede, Forley? –inquirí tensándome de inmediato; aquel hombre era mi familia, pero también el Magistrado de la Congregación, por lo que tenía que tratarse de algo realmente urgente para que se encontrara de pie en mi pórtico y a esas horas de la madrugada.
            -Perdón por la intromisión –articuló con formalidad, como era su costumbre, y recordándome como siempre a los modales de Lórimer; definitivamente, aquellos dos hombres necesitaban tener sexo (no necesariamente uno con el otro, pero sí pronto); claro que era algo que no me apetecía hablar ni con mi hermano, ni con mi cuñado, así que me concentré en lo que Forley me decía–, pero necesito de tu ayuda.
            -Claro, claro –respondí de inmediato, casi por reflejo-. ¿Qué necesita la Congregación que haga?
            -No. No la Congregación. Yo.
            Ahora sí comenzaba a asustarme.
            -¿Qué está sucediendo, Forley?
            -¿Podemos hablar en privado?
            -Ahm… Sí, por supuesto. Pasa –me hice a un lado para dejarlo entrar, cerré la puerta y con una seña le indiqué que me siguiera a la cocina. Lyli tenía razón: lo primero que se necesita en una emergencia es café.
            Y hablando de mi compañera de vida, sentí de inmediato como se tensaba al darse cuenta de quién era nuestra inesperada visita, y no supe si se debía a que era “el Magistrado” (una figura de autoridad, de lo cual Lylibeth jamás ha sido fanática) o “mi hermano” (no era ningún secreto que ella y Forley nunca se habían agradado totalmente, pero ambos hacían el esfuerzo de soportarse por mí). Por la razón que fuera, Lyli ocultó su desazón en segundos, para luego dirigirle una leve sonrisa a mi hermano.
            -Buenos días, Forley. ¿Quieres café?
            Él no respondió, lo cual me pareció extraño porque si algo era Forley, eso era educado; pero en lugar de contestarle, se giró hacia mí.
            -Te dije que en privado, Braddgo –su tono me puso los pelos de punta, arrugando el ceño mientras me cruzaba de brazos.
            -Sabes bien que no hay secretos entre Lylibeth y yo.
            -Pues éste tendrá que ser el primero.
            -Olvídalo, Forley.
            -Es importante.
            -Si así lo fuera, ya estarías hablando.
            -Es importante –repitió apretando los dientes, claro signo de que iniciaba a impacientarse.
            -Comienza, entonces.
            -Bradd, ella no debe de enterarse –insistió señalándola con un dedo-. Si lo sabe Lylibeth, lo sabrá Lórimer. Si lo sabe Lórimer, lo sabrá Belyan. Si lo sabe Belyan, lo sabrá Erick. Si…
            -¡Suficiente! –la voz de mi compañera de vida llenó la cocina de presión; era obvio: Forley despotricaba contra ella y sus amigos como si Lyli no se encontrara presente, y al mismo tiempo pretendiendo que yo le hiciera un favor sin que ella se enterara de qué se trataba; aquello en definitiva no iba a suceder.
            -Habla de una vez o márchate. A mi casa no vas a venir pidiendo ayuda al mismo tiempo en que insultas a mi compañera de vida –le dije enfrentándolo cara a cara.
            -¡Yo no estoy insultando a nadie! –exclamó obviamente desesperado.
            -¡Oh, claro que no! –intervino Lyli situándose a mi lado-. Nada más acabas de acusarme de chismosa; a mí, a mi gemelo y a mis amigos… ¿Cuál insulto?
            Le pasé un brazo por los hombros en afán de calmarla un poco, pues sentía como su paciencia iba agotándose también. Aparte de que el movimiento me sirvió para ladear el rostro por un segundo, ocultando así la sonrisa que estaba por escapárseme; de veras que amaba a esta mujer.
            Fue cuando regresé mi vista a Forley que me di cuenta de que al parecer él había controlado sus emociones y por fin había decidido qué hacer a continuación; ahora sólo restaba aguardar para saber si elegiría hablar o marcharse sin decir más.
            -Esto no puede salir de aquí, Lylibeth. Ni una palabra –decretó con sus ojos puestos en ella.
            -Ni una palabra –concordó Lyli con rapidez.
            Forley tomó aire y nos observó a ambos con extrema seriedad.

            -Se trata de Matheo…



¿Qué tal? ¿Qué tal? D: Nos dicen qué les pareció en los comentarios, ¿vale?