¡No te alejes de los dominios!

domingo, 26 de junio de 2016

La Era de los Místicos:
"Crónicas de los Dominios" Prólogo 2

Siguiendo con los obsequios mensuales que Adriana González nos prometió, a continuación va el segundo prólogo que corre a cargo del bellísimo de Lórimer. Sentimos que haya llegado hasta este día, pero tuvimos algunos problemas técnicos :P ¡Disfrútenlo tanto como yo!

***

EL PEOR ERROR

Lórimer

            Despertar fue una hazaña desastrosa, puesto que al instante en que la realidad fue abriéndose paso a través de mi subconsciente, mi cerebro fue inmediatamente invadido por imágenes de la noche anterior, y lo que lo sucedido significaba: acababa de perder a mi mejor amigo.
            Y absolutamente había sido culpa mía.
            La vida de Belyan podía calificarse de todo menos sencilla, especialmente en el último medio siglo.
            Primero, la muerte de su abuelo el día de su conversión a paladín. Después, su captura a manos de Arématis. La tortura de sus padres y de él mismo. Su transformación a desalmado y los actos atroces que cometió bajo el yugo de nuestro enemigo. El regreso de su espíritu y la inescapable culpabilidad que llegó con él. Y finalmente la muerte de Vereny durante la batalla de Karnath y la consecuente depresión que lo hundió por años a causa de ello.
            Quien lo conociera antes de todo lo acontecido, se podía dar cuenta con facilidad que Belyan ya no era el mismo, y yo me encontraba dentro de ese grupo de personas.
            Belyan me había ayudado enormemente tras la pérdida de mi familia, con su eterno buen humor, con sus sonrisas constantes, con sus palabras de aliento, con su simple presencia, casi siempre alegre y desinhibida. Nos habíamos convertido en mejores amigos en aquella época, hasta que lo perdimos a manos de Arématis.
            Pero ese Belyan ya no existía, y ahora me tocaba a mí estar ahí para él.
            La mayor parte del primer lustro después de la muerte de Vereny, a pesar de entrenar juntos a los nuevos aspirantes y ser compañeros de cuarto en la reconstruida fortaleza de la Jungla de Morarye, Belyan y yo apenas si nos dirigíamos la palabra. Pero nuestros silencios eran cómodos, casi reconfortantes, y algo en mi interior me decía que a mi mejor amigo no le hacían falta charlas inconsecuentes, que el estar a su lado (así como él había estado conmigo) era suficiente por el momento.
            Poco a poco Belyan se fue reincorporando a la vida normal, saliendo muy lentamente del letargo de su propia existencia, sintiéndose de utilidad al ayudar a volver a recrear una sociedad que él había ayudado a destruir durante su tiempo como desalmado.
            Pasados esos cinco años, comenzó a hablar más, a hacer sugerencias acerca de los entrenamientos o misiones que llevábamos a cabo, y juntos decidimos expandir nuestros conocimientos en la creación y dominio de portales, por lo que al final de esa primer década, nos mudamos a Jemsby, que es la villa donde mi gemela y su compañero de vida habitan, para así aprender bajo la tutela de Bradd.
            Fue en el transcurso de esos siguientes diez años que Belyan comenzó a sonreír otra vez, y aunque sus expresiones de alegría no eran constantes y sólo unas cuantas veces alcanzaban sus ojos, fue un paso hacia adelante en su recuperación, un paso hacia adelante en el camino de regreso a sí mismo.
            Y entonces nació su sobrino, hijo de Erick y de Vanessa. Dorian se convirtió en el bálsamo perfecto para la dañada alma de mi mejor amigo, volviéndose un ancla que parecía mantenerlo firme en esta vida… en nuestras vidas… en la mía.
            Fue la primera ocasión en que Belyan sostuvo al bebé en sus brazos que lo escuché reír por primera vez en casi dos décadas.
            Y fue esa misma risa la causa de que mi espíritu se transformara de manera irreversible. Fue esa risa la causa de que mi mundo se detuviera, de que mi mente hiciera implosión, de que mi corazón se destrozara en medio segundo.
            Fue esa risa la causa de que me enamorara de mi mejor amigo…
            Se me escapó un suspiro ante los recuerdos, pasándome una mano por el rostro en un intento por deshacerme de los rastros de sueño que aún controlaban parte de mi cerebro, permitiéndole viajar por rumbos que no me interesaba visitar. A pesar de haber logrado dormir por un par de horas, aún me sentía agotado, sin poder dejar de pensar en mi situación actual y en cómo había llegado a ella.
            Ser homosexual en los Dominios no es algo reprobable en lo absoluto. Al ser una sociedad mayormente espiritual, nos guiamos con la idea de que las almas se sienten atraídas unas a otras, sin importar el sexo de la persona, así que nadie juzga o reprimenda si un hombre se enamora de otro hombre, o una mujer de otra mujer… a menos de que seas paladín, cerrajero o, ahora, adalid.
            La gente con mayor carga espiritual es la minoría en los Dominios. No somos muchos, pero sí enormemente necesitados; y el mundo es muy grande, por lo que la Congregación no se da abasto con los números con los que cuenta, así que se nos inculca desde un principio que encontremos pareja entre nuestras mismas filas, tanto por la longevidad de nuestras vidas como por la necesidad de reproducirnos, de crear seres humanos con capacidades espirituales lo suficientemente fuertes para convertirse en las nuevas generaciones de adalides.
            Así que ese es el primer problema: ser adalid y homosexual no es una combinación que me ayude en lo absoluto. Es por esto mismo que lo he mantenido en secreto durante toda mi existencia, habiéndoselo confesado sólo a mi círculo de mayor confianza: Lylibeth, Erick, Matheo y Belyan, y tiempo después, Vanessa y Bradd.
            Lo cual nos lleva al segundo problema: Belyan y la manera en que aniquilé nuestra amistad de años en sólo minutos la noche anterior.
            De vez en cuando, digamos que una o dos veces al semestre, los recuerdos, la nostalgia y la culpabilidad atacan a Belyan de golpe, generalmente después de alguna misión más violenta que otras o en noches donde las pesadillas son más fuertes que su voluntad. Cada vez que eso sucede, escucho un leve toquido en la puerta de mi búngalo (situado a media cuadra de distancia del suyo) y cuando abro, ahí se encuentra mi mejor amigo, con una mirada de disculpa en sus ojos y una botella de licor en su mano.
            Sólo que esta vez fue diferente: esta vez fui yo quien se sentía inquieto, yo quien no lograba conciliar el sueño, yo quien tomó la botella y tocó a la puerta de su hogar.
            -¿Lórimer? ¿Te encuentras bien? –me preguntó con obvio desconcierto en sus rasgos, los cuales aún estaban inundados por los rastros del sueño.
            Sonreí apenado, no entendiendo por completo qué demonios estaba haciendo, pero totalmente consciente de que había valido la pena salir de mi casa a esas horas, por el simple premio de ver en su rostro esa suavidad que sólo está presente en Belyan cuando su mente aún no le ha recordado a su cuerpo que debe de estar siempre triste y serio.
            -Perdón. No podía dormir, pero… -meneé la cabeza al sentir como el remordimiento me embargaba –te dejo volver a la cama. Nos vemos mañana y…
            -No, no –me interrumpió haciéndose a un lado, en clara invitación a entrar-. Pasa. Nos tomamos un trago y tal vez eso te ayude a relajarte para conciliar el sueño.
            -Gracias –murmuré quedamente al avanzar hasta la sala; él me siguió momentos después con dos vasos en sus manos, colocándolos en la mesita de centro para luego tomar asiento junto a mí, en el único sillón del lugar.
            Quien le echara un vistazo a este sitio, jamás podría creer que Belyan llevaba viviendo en él por varios años, ante la ausencia de muebles o decoración. Sólo había lo esencial, y el único toque personal que adornaba el pequeño búngalo era una antigua daga adornada con rubíes que se encontraba montada sobre la chimenea, y que yo le había regalado a mi amigo hacía ya varios cumpleaños.
            Lo que Belyan no sabía era que el arma había pertenecido a mi bisabuela (una renombrada paladín de siglos atrás) y que Lylibeth me había hecho un enorme escándalo cuando se la obsequié. No me importó. Mi amigo había sonreído genuinamente al recibirla, lo cual había sido suficiente para mí.
            Cómo es que no me di cuenta antes que llevaba años enamorado de él, es algo que jamás lograré explicarme.
            La negación es una fuerza muy poderosa, no cabe duda, y al igual que en aquella ocasión, en este momento me aferraba a ella con ímpetu, viendo como Belyan servía nuestras bebidas para luego entregarme uno de los vasos, ahora lleno hasta la mitad.
            -¿Y entonces? ¿Qué es lo que te mantiene despierto esta noche?
            , respondió mi mente de forma automática, por lo que le di un trago al licor antes de contestar, buscando la excusa perfecta entre una serie de mentiras que desfilaban en mi cerebro.
            Pero de mi boca salieron las últimas palabras que me hubiera imaginado pronunciar:
            -¿Por qué no sanaste esa herida antes de que se transformara en cicatriz?
            Ambos sabíamos a qué me refería: la delgada línea blanquecina que viajaba desde su ceja hasta la comisura de sus labios, destacando pálidamente en aquel perfecto rostro.
            Vi que Belyan se tensaba ante la cuestión, por lo que en instantes me arrepentí de haberla exteriorizado.
            -Lo lamento. Olvida que pregunté.
            -No, no te preocupes –murmuró con el vaso sobre sus labios, dándole un trago a la bebida antes de proseguir –Es sólo que me tomaste por sorpresa. Nunca creí que mi cicatriz fuera la razón de tu insomnio –su tono se había tornado ligeramente burlón, por lo que me forzó a sonreír con algo de nerviosismo.
            Si tan sólo supieras…
            -No es eso… es sólo que siempre me lo he preguntado, pero no es mi lugar el saber.
            -¿No es tu lugar? –no me explicaba el por qué, pero Belyan sonaba ofendido -¿No es tu lugar? ¡Has sido más que un amigo por décadas, Lórimer! ¡Más que familia! ¿Y dices que no es tu lugar? Nunca creí que me tuvieras en tan baja estima. Siempre pensé que lo tuyo era discreción, no indiferencia. Al parecer estaba equivocado.
            Se puso de pie de golpe, por lo que lo imité y lo detuve del brazo antes de que se alejara.
            -Yo no me refería a eso. Tienes razón. Siempre fue discreción. Jamás, jamás indiferencia –presioné mis dedos alrededor de su bíceps –Jamás indiferencia, Belyan… es sólo que siempre juzgué impertinente preguntar.
            Me dedicó una minúscula sonrisa, al parecer apaciguado con mi explicación.
            -Me fascina cómo hablas. Tanta propiedad en un hombre como tú –exclamó soltándose de mi agarre y tomando asiento una vez más, terminándose el líquido de su vaso en lo que yo me reacomodaba a su lado.
            -Por Erick –murmuró sirviendo de nuevo y aguardando a que yo me bebiera el resto en mi vaso para servirme a mí también.
            -¿Por Erick? –inquirí después de un trago más; él asintió.
            -¿Has visto las cicatrices que mi hermano tiene en la ceja?
            -Si.
            -Sufrió esa herida la noche de mi desaparición; y permitió que cicatrizaran en lugar de sanarlas para recordarme a mí, y a todo lo que había perdido… La mía es un recordatorio de todo el daño que yo le hice siendo un desalmado.
            -No eras tú, Belyan.
            Se encogió de hombros durante otro trago.
            -Podemos volver a debatir este tema, Lórimer –murmuró segundos después, y tenía razón: habíamos hablado de ello infinidad de veces, yo afirmando que no debía cargar con el peso de sus acciones durante su época de desalmado, y él repitiendo una y otra vez que a pesar de la ausencia de su espíritu, seguía siendo responsable de sus actos; ninguno de los dos jamás había logrado convencer al otro-. O podemos hablar de algo menos deprimente –finalizó.
            Estuve de acuerdo.
            -Bien. En tal caso explícame eso de “tanta propiedad en un hombre como tú”. Uno, ¿qué tiene de malo ser propio? Y dos, ¿a qué te refieres con un hombre como yo?
            Me dedicó una sonrisa casi salvaje, casi perfecta. En ocasiones, cuando me sonreía así, me daba miedo, casi como si lograra ver al desalmado que alguna vez fue.
            -Una –dijo alzando un dedo –no tiene nada de malo tu forma de hablar; si recuerdas bien, dije que me fascina. Y dos –alzó otro dedo al tiempo en que volvía a terminarse el contenido de su vaso -¿Me vas a decir que no sabes cómo luces?
            Solté una risotada.
            -¿Y cómo luzco?
            -¡Por todo lo que es sagrado, Lórimer! No te hagas el inocente. El cabello largo, la mirada intensa, esa aura de peligro que te encanta proyectar. Eres un imán para las mujeres.
            -Soy un total desperdicio, entonces, ya que no me gustan las mujeres –murmuré contra el vaso, dándole un último trago a la bebida para luego dejar el traste vacío sobre la mesita.
            -No necesariamente. He visto cómo te miran muchos hombres también.
            -No el que yo quiero que me mire –creo que fue el licor el que me aflojó la lengua; no existe ninguna otra manera de explicar por qué pronuncié aquella frase, que a pesar de haber sido dicha en tono muy bajo, atrajo la completa atención de Belyan.
            -¿Estás interesado en alguien? –me preguntó soltando su vaso con fuerza sobre la mesita y provocando que el líquido salpicara toda la superficie.
            -No, no. Era sólo una expresión.
            -¿Sólo una expresión? ¿Cuál expresión? No puede ser una expresión si no se usa comúnmente.
            -No, es sólo que… -¡Por todo lo que es sagrado! ¿Me estaba sonrojando? Lograba sentir el calor subiendo por mis mejillas. Esto no podía estar sucediendo-. Olvídalo ¿quieres? Me tengo que ir.
            Me puse de pie con rapidez, pero Belyan también, obstruyéndome el camino hacia la puerta y mirándome con el ceño arrugado.
            -No. De aquí no te vas hasta que me digas de quién hablabas.
            -De nadie. De verdad. Yo sólo…
            -Lórimer, eres mi mejor amigo –me interrumpió –No puedo creer que me hayas ocultado esto a mí… Y que me estés mintiendo descaradamente en este momento.
            -Belyan…
            -¡No! Me vas a decir de quién hablabas. Tienes décadas solo ¿y ahora me sales con esto?
            -¡Tú también llevas décadas sin pareja! ¡No tienes derecho a reclamarme nada! –exploté al fin; él me imitó.
            -¡Mi situación es diferente! ¡Mis razones son diferentes!
            -¡Por supuesto que no! ¡Ambos amamos a quien jamás podremos tener!
            -¿De qué carajos estás hablando? ¿A quién se supone que amamos y no podemos tener?
            -¡Tú a Vereny! ¡Y yo… -me detuve de golpe sin poder despegar mis ojos de los de él.
            -¡Vamos, Lórimer! ¡Termina! –me gritó con furia, justo al rostro -¡Yo a Vereny! ¿Y tú?
            Y fue ese instante en que cometí el peor error de mi vida: tomé su rostro entre mis manos y lo besé.
            Sentí como si cada paso de mi existencia lo hubiera dado con el único fin de llegar aquí, a este lugar, a este momento, a los labios de aquel hombre fuertemente presionados contra los míos. Y lo magnífico estaba aún por llegar, ya que después de la sorpresa inicial, pude darme cuenta del instante exacto en que Belyan me devolvió el beso, cerrando sus manos sobre mis caderas para de un tirón atraerme todavía más hacia él, ladeando la cabeza y abriendo su boca para permitir la intromisión de mi lengua.
            Me perdí en el momento, en el éxtasis, en la sensación de su cuerpo contra el mío, embonando a la perfección gracias a la igualdad en nuestras alturas, arreciando las caricias gracias a la igualdad en nuestras fuerzas, siendo consumidos ante la similitud de nuestro deseo.
            Mis brazos ya se encontraban en su espalda; sus manos cerradas en puños entre mi cabello; labios, lenguas y dientes atrapados en una batalla que al parecer ambos anhelábamos perder.
            Fue el momento en que se me escapó el primer gemido que Belyan reaccionó, dándome un aventón hacia atrás al mismo tiempo en que se alejaba de mí. Ambos nos dedicamos una última mirada antes de que el peso completo de lo que acababa de hacer cayera sobre mí.
            Unos cuantos tragos y un instante de debilidad habían sido suficientes para aniquilar una amistad.
            -Perdóname –fue lo único que logré decir antes de salir corriendo del hogar de Belyan.
            Y probablemente de su vida.
            Y aquí me encontraba ahora, recostado en mi cama a la espera del amanecer, sofocándome ante el peso del arrepentimiento mezclado con amor y con la lujuria que había nacido anoche a causa de un solo beso.
            Entonces fue que alguien tocó a mi puerta. Me puse de pie de un salto y corrí hasta la entrada, obviamente ilusionado de que se tratara de Belyan, pero mis esperanzas fueron en vano, ya que era mi gemela la que se encontraba en el umbral.
            -¿Qué sucede? –inquirí alarmado, puesto que era demasiado temprano como para una visita social de Lylibeth; aparte de que su semblante no prometía nada bueno.
            Por un momento incluso me pregunté si tal vez había hablado con Belyan y venía a reclamarme mi estupidez. Pero sabía bien que mi amigo no era así, por lo que descarté aquella teoría casi al mismo instante de haberla pensado.
            -Vístete, que esto es grave –articuló ingresando a mi hogar de forma escurridiza, como si temiera que alguien descubriera su presencia ahí.
            -¿De qué hablas? ¿Qué está sucediendo? –pregunté siguiéndola, pero ella no respondió sino hasta que entramos a mi pequeña recámara.

            -Se trata de Matheo…