¡No te alejes de los dominios!

miércoles, 21 de septiembre de 2016

La Era de los Místicos:
"Crónicas de los dominios" prólogo 5
(y último)

¡Ey! ¡Paladines y Cerrajer@s! ¿Cómo están? Yo muy emocionada, porque como sorpresa adicional, Adriana González comparte con nosotros este último prólogo, que nos presenta algo más sobre un personaje completísimo como lo es Matheo Govami... ¿nos acompañan a leer?

***

Acá va:


¿CÓMO SABER QUE UNA TRAMPA ES UNA TRAMPA?

Matheo

            Eran más vagones de los que la Congregación había supuesto y, por lo tanto, más de un solo ladrón, como me habían mencionado en el reporte.
            Eran tres carrozas, más de veinte hombres, y los cargamentos no se trataban nada más de Flores Balsámicas como se creía en un inicio.
            No, dos de aquellos carros iban llenos de rocas.
            Observé a los presuntos delincuentes a través de las ramas del alto árbol en que me encontraba trepado, utilizando un Hechizo de Visión para lograr distinguir lo que sucedía en medio de la oscuridad.
            Algo andaba mal, eso me quedaba muy claro: o la Congregación contaba con información completamente errónea, o esto se trataba de una trampa.
            Ya fuera para los malhechores o para mí, estaba por verse.
            Además, me habían dicho que me enfrentaría con un simple bandido de poca monta, pero estos sujetos iban armados y lucían fuertes, entrenados; lo peor era que sus energías espirituales se sentían potentes, recordándome un poco a aquello que podía percibir proveniente de los cerrajeros que conocía.
            Sí, algo andaba mal.
            Pero eso nunca me ha detenido.
            Me dejé caer ágilmente sobre uno de los vagones que en ese momento transitaba bajo el árbol, invocando un breve Hechizo de Transportación para aterrizar sin hacer ruido sobre el cargamento, tomando un puñado de piedras sin pulir para luego guardármelas.
            ¿De qué se trataba todo esto? Lo monetario no tenía valor en los Dominios del Ónix Negro, por lo tanto, las rocas, como lo había dicho ya una vez hacía muchos años, son sólo rocas. ¿Entonces para qué transportar a media noche dos carrozas repletas de diamantes, rubíes y fluoritas?
            Sonreí.
            Tal vez sería bueno preguntárselos; nunca me ha gustado quedarme con la duda.
            Tomé impulso doblando las rodillas y después brinqué, dando varios giros en el aire antes de caer de pie frente al primer cargamento, alterando al caballo que tiraba del vagón, que de inmediato se detuvo alzando los cuartos delanteros y luego dando unos pasos hacia atrás.
            Se creó el silencio, mientras todos los hombres que vigilaban el avanzar de las carrozas me observaban entre sorprendidos, asustados y furiosos.
            —¡Hola, muchachos! Mi nombre es Matheo Govami, adalid de primer rango. ¿Ustedes quiénes son? —exclamé con una enorme y fingida sonrisa, recibiendo ceños arrugados como única respuesta—. ¿No se quieren presentar? —proseguí falsamente alegre—. En ese caso, ¿les gustaría decirme a dónde van?... ¿No? ¿Nada?... ¿Qué me dicen de la razón por la que van resguardando un montón de piedras sin uso ni valor?... ¿Tampoco?... Bien —suspiré—. Por la mala, entonces —mi sonrisa se borró al tiempo en que sacaba las cimitarras de las fundas a mi espalda, momento en que los dos primeros hombres se lanzaron hacia mí.
            Detuve sus ataques con facilidad, propinando los míos y noqueando a uno con el mango de la espada para luego propinar una patada al estómago del segundo, pero entonces otro más se unió a la pelea, y otro más, y otro…
            Llegó el punto en que luchaba contra cinco a la vez, deteniendo sus estoques en lugar de poder atacar, dándome cuenta muy tarde que debí de haberle hecho caso a mis propias observaciones: estos sujetos estaban bien entrenados, tanto en el manejo de las armas como en el uso del alma; me cercioré de esto último cuando uno de ellos me lanzó una descarga de energía en la nuca, haciéndome caer con fuerza hacia adelante.
            ¿Por la espalda? ¿En serio? ¡Qué hipócritas! —proferí cuando cuatro de los hombres me sujetaron, pero ahora fue mi turno de aflorar mi energía para librarme de ellos, logrando que explotara por cada uno de mis poros hasta hacerlos volar unos metros.
            Me puse de pie y conseguí herir a uno más en un brazo y a otro una pierna, uniendo las cimitarras para luego lanzarlas como boomerang y derribar así a seis más.
            Cuando mis espadas volvieron a mí, otra descarga de energía, ésta todavía más fuerte, golpeó mi rostro, mi pecho y mi estómago, partiéndome el labio inferior, lastimando mi nariz y arrancándome el aliento, por lo que trastabillé un par de pasos.
            Un sujeto caído tras de mí aprovechó mi malestar y distracción para enterrarme su espada en el muslo con profundidad, herida que de inmediato comenzó a sangrar profusamente.
            Un buen guerrero sabe cuándo pelear, pero también cuándo retirarse.
            Y éste era mi momento de escapar.
            Corrí varios kilómetros a pesar del intenso dolor en la pierna y, al darme cuenta de que no podría más, hice uso de toda la energía espiritual que pude para crear un rápido portal que me llevara hasta el poblado de Numandi, en donde Adahara me estaba esperando en la posada.
            Y entonces…
            Mmmh…
            Creo que me estoy adelantando en mi narración… ¿O me estaré atrasando?
            Perdón. Nunca antes había tenido que contar la historia más importante de mi vida, así que tendrás que ser paciente conmigo.
            ¿Pero por dónde empezar?
            …
            ¡Ah, ya sé!

            Justo en donde nos quedamos la última vez…